Metodologia - Juan José Santibañez

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Título original de la obra: Metodologia historia JERZY TOPOLSKI Ilustración 1 Introducción 3 La materia de la metodología de las ciencias 8 II La materia de la metodología de la historia 19 III El alcance de la materia (área) de la investigación histórica 29 Iv Reflexion pragmática 41 VI REFLEXION erudita y genética 59 REFLEXIÓN ESTRUCTURAL 81 6. Reflexión metodológica en Gran Bretaña y América 107 REFLEXION LOGICA 116 XI Reflexión dialectica 135 TERCER PARTE LA MET0D0LOGIA OBJETIVA DE HISTORIA 150 XI El proceso hist6rico (causalidad y determinismo) 163 XII El proceso historico (regularidades historicas) 185 CUARTA PARTE LA METODOLOGIA PRAGMATICA DE LA HISTORIA LA TEORIA DEL
CONOCIMIENTO BASADO Y NO BASADO EN FUENTES 201 Preguntas y respuestas. Una reconstrucción general de la investigación
histórica 241 xv Teoría del conocimiento basado en fuentes 258 2. Primeras clasificaciones de las fuestes históricas 261 4. La lectura de la información de una fuente (desciframiento) 264 XVI Teoría del conocimiento basado en fuentes y no basados en fuentes
268 1. Intento de explicación del concepto de conocimiento no basado en fuentes
268 XVII Las funciones del conocimiento basado en fuentes y no basado en
fuentes 277 QUINTA PARTE 283 LA METODOLOGIA PRAGMATICA DE LA HISTORIA: LOS METODOS DE RECONSTRUCCION DEL
PROCESO HISTORICO 283 XIX Métodos para establecer los hechos históricos 298 XXII Construcción y síntesis 385 xxv Elementos de las narraciones históricas : evatuaciones 422 XXVI La estructura metodológica de la investigación historica 435 Introducción Ninguna disciplina ha sido más alabada ni más criticada que el estudio de
la historia. Cicerón pedía que la historia enseñara a los hombres cómo
vivir. Aristóteles le negaba la calificación de verdadera ciencia, y
consideraba que la mayor sabiduría era la poesía. En diversas épocas, a la
historia se le ha asignado una posición predominante o degradada en la
jerarquía de las ciencias. Hoy se pueden admirar la precisión y l.a
sofisticación, cada vez mayores, de los métodos usados por los
historiadores. Pero, por otra parte, la Historia de la Guerra del
Peloponeso, de Tucídides, sirve todavía como el mejor modelo para
reconstruir el pasado histórico. Incluso a aquellos que hiegan la
posibilidad de una reconstrucción objetiva del pasado les gustaría ser
recordados, «objetivamente» o no, por los historiadores. La aversión por la
historia y el miedo ante su veredicto rio son incompatibles con la
reverenda y el temor ante quienes la ejrcen, los historiadores. De forma
que la actitud del hombre hacia la historia es ambigua.
La controversia sobre la historia continúa. Están en juego cuestiones muy
diversas. Sin embargo, son los propios historiadores los menos
comprometidos en la disputa. Raramente decide un historiador abrir la
puerta de su estudio y unirse a la mélée sobre el significado de la
historia. La ma yoría de las veces la cierra de uit portazo y vuelve a sus
estudios, olvidando el hecho de que, con el paso del tiempo, el abismo
entre su trabajo científico y su público puede ensancharse. El historiador
ho rehúye la pelea, simplemente elige su propio campo de batalla. Lo que
trata de defender es, por supuesto, la vçrdad histórica y la honradez en la
presentación del pasado, ya que cree que este es su mejor modo de servir a
la sociedad. Preocupado por este problema, deja a otros la controversia
sobre la historia como disciplina. Las cuestiones se deciden a sus
espaldas, aun a pesar de que él, con su trabajo diario, proporciona
argumentos a ambas partes. Incluso si decide unirse al conflicto, no logra
darse cuenta, a menudo, de que su participación es limitada porque habla un
idioma especial. ¿Debería el historiador cambiar su actitud hacia esta
controversia sobre la historia? No se puede enzarzar en un combate con dos
frentes: ars longa, vita brevis.
¿Cuál debe ser el papel de un historiador que ejerce como profesional, en
la controversia sobre la historia como disciplina? No puede ni ignorarla ni
dedicarle todo su tiempo. Sin embargo, puede definir su propia posición en
el debate y después explicarla con ejemplos de su labor diaria. De esta
forma, puede defender su posición, mientras, al mismo tiempo, se dedica a
su trabajo y construye el cuerpo de conocimientos esenciales sobre el que
se apoya la historia.
El momento es oportuno para que el que ejerce como historiador ayude a
conformar el éxito del debate sobre historiografía. Las creencias de los
Viejos tiempos sobre la estructura jerárquica de las ciencias eStán
actualmente derrumbándose. Ya no se acepta que haya un modelo para todo
trabajo científico al que las otras disciplinas estén necesariamente
subordinadas. Esta opinión ha tardado mucho en desintegrarse. Su ocaso
comenzó a principios del siglo, xix, con la demostración de que incluso en
las matemáticas hay amplias áreas que carecen de precisión y en las que
prevalece el pensamiento intuitivo. Esta demostración llevó a un amplio
estudio de los métodos matemáticos (cfr. D. Hilbert). A esto siguieron una
serie de pasos, entre ellos el teorema de Gódel y otras demostraciones del
engaño de la creencia de que puede existir un lenguaje perfectamente
riguroso. El programa radical del fisicalismo también se desintegró. Se
probó que esta idea, en un tiempo atractiva, de construir una ciencia
unificada basada en la reducción de los términos usados en todas las
disciplinas a los que se usan en física, era impracticable.
La creciente convicción de que no existe la ciencia ideal, y el énfasis
puesto sobre la peculiaridad de cada disciplina, al menos en el nivel
actual de desarrollo, ha estimulado la investigación empírica sobre
disciplinas específicas y las relaciones entre ellas. Esto ha dado lugar a
que podamos abogar por la unidad de las ciencias, exigir que el lenguaje
científico sea preciso, pedir que los estudiosos lo manejen tan
cuidadosamente como cualquier otro instrumento, y al mismo tiempo podamos
abandonar las proclamas dogmáticas en favor de una determinada jerarquía de
las ciencias.
El interés por la investigación sobre los métodos científicos afecta
profundamente a la historia. Esta disciplina ha sido siempre controvertida.
En décadas recientes, en un mundo de rápidos cambios (cfr. Geoffrey
Barraclough), los historiadores han estado ocupados con sus investigaciones
sustanciales (cada vez más lejos de la visión de Anatole France), y han
mejorado sus métodos. Su producción se ha acumulado rápidamente. Armado con
la producción, cada vez mayor, de esta clase de literatura histórica, más
sofisticada metodológicamente, el historiador es capaz, hoy en día, de
entrar en la controversia sobre la naturaleza y el estado de la historia
como ciencia con renovada confianza. Si ignora los últimos métodos
históricos y sus logros, se encontrará con sonrisas condescendientes por
parte de científicos sociales más experimentados y metodológicamente
avanzados. Todos los historiadores deben estar al tanto de los métodos más
nuevos, aunque ellos en realidad no los usen. Sin este conocimiento general
la historia no puede mejorar su posición.
Las primeras afirmaciones de los historiadores sobre sus técnicas de
investigación revelan la naturaleza y l grado de sus conocimientos
metodológicos. Hace pocas décadas, cuando Marc Bloch escribía su The
Historians' Craft y la ciencia del método científico no estaba tan avanzada
como ahora, los historiadores se tornaban poco interés por los problemas
concretos de metodología. Desde entonces se ha dicho mucho sobre la ciencia
histórica sin la participación de los historiadores. Hoy en día, quienes
ejercen la historiografía tienen que estar más al tanto de las
consideraciones metodológicas.
Persisten todavía equívocos sobre la metodología histórica, y convierten en
una tarea difícil el escribir historia con plena conciencia del método de
investigación usado. Una visión bastante común de la metodología histórica
es que comprende una red ordenada de fórmulas que facilitan la resolución
de casos complicados. La cuestión de los métodos sólo surge ante problemas
específicos; los métodos particulares se aplican a casos particulares y
sólo se consideran importantes en la medida en que son directamente
«útiles» para un problema específico de investigación. Así, el interés
directo en los métodos de investigación, por parte de los historiadores
(corno se ha reflexionaado en varios libros), estuvo reducido durante largo
tiempo a una esfera de problemas fijada en el siglo xix y dominada por
cuestiones técnicas, como la crítica de las fuentes.
Este libro ha surgido a partir de una acumulación de reflexiones sobre el
estado de la ciencia histórica y sobre los peligros reales que amenazan a
dicha ciencia. La historia ha afrontado peligros desde el siglo xix, cuando
empezó a abandonar las construcciones teóricas de la historiografía de la
Ilustración en favor de la erudición del siglo XIX y se enfrentó a una
nueva ciencia, la sociología. Los sociólogos se desenvolvían en los
terrenos abandonados por los historiadores, aunque cultivados por ellos en
años anteriores (por ejemplo, por Ibn Khaldun, Maquiavelo, Voltaire,
Ferguson y otros). La historia, vieja y arrogante en sus logros, vio su
papel en el área de las premisas teóricas minado por la sociología, sobre
todo en el caso de las de naturaleza estructural. Esto significó que la
historia se vio privada de uno de los dos elementos indispensables para
explicar el enigma del desarrollo histórico. Porque para explicar el
desarrollo de un sistema (capítulos IX y X) debemos saber no sólo los
diversos estadios por los que pasa este sistema en sucesivos momentos (ya
que esto muestra sólo sus cambios), sino también la estructura del sistema.
Parece que en todas las ciencias es indispensable comprorneterse tanto en
la investigación empírica como en la teóri